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Con el trasfondo de la intrahistoria reciente nicaragüense, Un mundo maravilloso, la fina novela poemática y confesional de Roberto Carlos Pérez, es un viaje al fondo del corazón de un desterrado, un hombre irremediablemente extranjero en este triste planeta. El protagonista se llama F. y es un poeta nicaragüense de voz genuina y desgarrada, que recuerda a Miguel Hernández.
Con un estilo que llega a palparse, tanto en el sentido vital como en el trágico, la prosa musical de Un mundo maravilloso nace en las grietas casi invisibles donde se encuentra acaso el último límite del sentir humano ante la muerte.
En la era de los samuráis en Japón el suicidio ritual, el harakiri, era respetado como una forma de protesta o como una manera de resarcir un fracaso. Y en Le feu follet de Drieu La Rochelle el protagonista, Alain, declara: «Me mato porque no me habéis querido, me mato porque yo no os he querido. Me mato porque nuestros lazos fueron flojos, me mato para apretar nuestros lazos. Dejaré en vosotros una marca indeleble». Bajo la mirada de Roberto Carlos, en el ensimismamiento trágico de F. no hubo, en cambio, ajuste de cuentas ni resentimiento ni protesta: solo una interrogación sobre la razón última de estar el hombre en el mundo.
El final del trayecto es desprendimiento caritativo de sí, desgarrada ofrenda, que en el instante vertiginoso en el que la soga asfixia el corazón del héroe, descubre, tal vez, a Dios… El retorno hacia el origen del misterio no supone sino la posibilidad de recomenzar. Roberto Carlos Pérez logra, por decirlo con palabras de Camus, fijar «el sutil trámite en que el espíritu apostó por la muerte» (El mito de Sísifo). La liberación se apodera de la conciencia, mientras nos adentramos definitivamente en las sombras de un mundo maravilloso...
Hernán Sánchez Martínez de Pinillos