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El Evangelio es increíble y maravilloso. Lo has leído mil veces y, al leerlo una vez más, de repente descubres aspectos, detalles, enseñanzas, en los que nunca habías caído en la cuenta. Eso constituye su secreto y su riqueza; y así después de casi dos mil años es un libro nuevo, joven, actual para la mujer y el hombre de hoy, para el religioso y el sacerdote, para el joven y el anciano.Una vez más mis dirigidos espiritualmente me han pedido que ponga por escrito estas reflexiones sobre el Evangelio que hemos ido comentando, durante algunas tandas de ejercicios espirituales, a lo largo de estos últimos años. Y es eso lo que pretendo, aunque soy consciente de las dificultades que ello entraña, porque pretenden ser reflexiones sencillas, ordinarias, para la vida de cada día, extraídas de ese pozo sin fondo que es el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo, el libro más maravilloso que hay sobre la tierra.En esta ocasión el título de estas reflexiones es: “Preguntas de los hombres, respuestas de Dios. Preguntas de Dios, respuestas de los hombres”. Y quiero contarles cómo surgió esta propuesta. Casi todos los años aprovecho un tiempo de mis vacaciones, en paseos por la playa, para pensar en los ejercicios espirituales que imparto durante el siguiente curso a muchos grupos de laicos, hombres y mujeres. Y de repente caí en la cuenta de que en el Evangelio se dan innumerables momentos en que se formulan preguntas muy interesantes y ricas de contenido.En general, son preguntas cortas, formuladas con pocas palabras, a las que se da una respuesta también clara y concisa, si bien en algunos casos posteriormente se enriquece con una explicación más amplia usando el lenguaje directo o también alguna parábola. En estas preguntas se abordan los grandes problemas y dudas de la vida, y así el cristiano puede encontrar en ellas principios de vida muy bellos y concretos que se convierten en directrices para el vivir diario.No son en general muchas las preguntas, pues los santos evangelios nos refieren la vida de Cristo, sus predicaciones, sus milagros. Pero de vez en cuando aparecen éstas espolvoreadas acá y allá de una forma muy sabia e inteligente. Son muchas más las preguntas que el hombre hace a Dios que las que Dios hace al hombre. Y es natural, porque mientras las preguntas del hombre en los evangelios demuestran su pequeñez, su incapacidad, sus limitaciones, parece que las preguntas de Dios pretenden hacer reflexionar al hombre sobre temas de gran utilidad e interés para él.